Antes ya hubo una Sevilla en la que existía un castillo blanco y rojo sin reyes ni reinas pero con muchos responsables que se repartían los deberes, obligaciones y audiencias con los sevillistas de su ciudad. Todos se fueron. Todos. Dos años y medio llevaba el suizo en Sevilla. Fue el verano pasado cuando piezas importantes de nuestro ajedrez se fueron como estrellas, dejando el cofre lleno de monedas brillantes, pero tras una temporada agridulce porque entrábamos en Europa de aquella manera y sabiendo que había que volver a empezar. Borrón y cuenta nueva, pero primero borrón. Rakitic se quedó, pidiendo refuerzos de garantía, se echó el equipo a la espalda y todos sabemos qué ha pasado: se hizo capitán a sí mismo y se coronó. Cogió el cetro y fue Rey de espadas para luchar por nuestro club. A su lado su reina sevillana y su pequeña princesa. Una temporada impecable, un derroche de calidad guiando a todos sus compañeros. Era el faro que nos guiaba. ¡Oh capitán, mi capitán! D